Hay quienes asumen la muerte como un deber. No estoy hablando de suicidas, simplemente de personas que asumen que tienen que cumplir con su destino. Cuando Jesús fue al Gólgota, sabía a qué iba. Cuando Víctor Jara fue a la Universidad Técnica del Estado, a enfrentar con un viejo fusil al Ejército Chileno, sabía a que iba. Cuando Antonio Melis vino a Jalla La Paz después de una operación al corazón, sabía a qué venía. Pero no podía faltar a Jalla. No faltó nunca en los 23 años del proyecto que él y sus amigos crearon.
Alguien me puede decir que Jesús y Jara, unidos por esa jovial J, murieron donde nacieron. Antonio en cambio estuvo muy lejos de su país ¿Su país? El nacimiento es una casualidad. La vida, y en estos casos la muerte, un acto de inteligencia. Uno no es de donde nace sino de donde quiere morir.
Y que Melis es andino no sólo lo prueba el proyecto Jalla que él, Mauricio Ostria, Guillermo Mariaca, Antonio Cornejo Polar y algún otro crearon como una forma de concebir la construcción de conocimientos. Es también por los conocimientos que él creaba. En sus temas de estudio Arguedas, Vallejo y Mariátegui fueron centrales. Pero también se ocupó de Martín Adán, Alejandro Romualdo, Alejo Carpentier o Ernesto Cardenal.
Pero no sólo pensó en América. La sintió profundamente. Era un buen amigo de todos nosotros. Le debo el ánimo de seguir con mis investigaciones sobre la poesía popular urbana cuando parecía nadar contracorriente. Su amistad con latinoamericanos quizá haya comenzado cuando cantaba junto a Arguedas “Tambobambino Maqtatas”. Le gustaba retar a colegas peruanos a cantar con él en quechua. Pero también cantaba a Violeta Parra y a otros más.
Imágenes interiores tomadas de Pacarina del Sur y aquí.
Jalla La Paz ha empezado ensombrecida. Pero ahora tenemos un ejemplo a seguir. No es posible fallar, aunque nos muramos.